miércoles, 19 de septiembre de 2007

Confesiones de un Invierno que Termina

En la década del setenta yo era un muchacho joven y recién casado. Trabajaba en una empresa de esmaltes químicos de capitales norteamericanos ubicada en la zona sur del gran Buenos Aires. Era sumamente capaz y disponía de una enorme capacidad de trabajo.
Dos gerentes se incorporaron a la empresa en ese entonces. A uno lo llamaré José Bruñildo y al otro Héctor Oficino.
Entre los dos se dedicaron (nunca supe porqué) a faltarme el respeto de continuo, a ignorar todo el esfuerzo y la dedicación con que llevaba adelante mis tareas y hacerme la vida imposible de manera cotidiana.
Finalmente me despidieron de la empresa.
Yo estaba, como dije, recién casado y afrontaba el pago de una hipoteca.
Aquella situación me provocó un intenso rencor interior hacia esas dos personas. Tuve una bronca muy fuerte en esos días y hasta deseos de alguna venganza violenta, pero pronto conseguí un nuevo trabajo y eso me permitió ir capeando el temporal por algunos meses. Luego me comenzaron a ir las cosas medianamente bien, conseguimos, junto con mi mujer, pagar aquella hipoteca y esos dos siniestros sujetos fueron pasando lentamente hacia el olvido.
Aunque en mi caso, hablar del olvido es algo complejo.
Carezco de envidias y de odios, y ése es un verdadero regalo que me ha hecho Dios. Pero también debo confesar que soy muy memorioso. Por eso digo que en mi caso hablar de olvido es algo complejo. Durante muchísimos años guardé aquellas actitudes en un pequeño rinconcito de la memoria.
Y entonces los años (y las décadas) comenzaron a pasar.
Unos diez años atrás decidí convertirme en escritor. Y entre las tantas cosas que escribí hasta el día de hoy, hubo un cuento donde el protagonista decide ir a vengarse de un hombre que le causó mucho dolor bastante tiempo atrás. Lo hice inspirado en Héctor Oficino. El hombre va a matarlo después de tantos años pero cuando lo encuentra, su víctima le dice que no lo recuerda, que esta sorprendido de verlo y que pronto va a morir de cáncer. Entonces el protagonista se pregunta frente a él, y con la pistola en la mano, si en realidad era una venganza matar a un moribundo.
(Y el final no se los digo porque espero que algún día puedan leer el cuento).
Los años siguieron pasando y hace poco una persona de la Alta Astrología, leyendo mi carta natal, me vaticinó que en los próximas semanas iba a estar sujeto a intensas energías que obligarían a revisar algunos hechos traumáticos de mi lejano pasado.
Y tal como sucede con la Alta Astrología, aquello predicho sucedió.
Volví a pensar en algunos episodios lejanos de mi infancia y volví a pensar también en José Bruñildo y en Héctor Oficino.
Entonces, y de acuerdo a estos tiempos, puse el nombre de “Héctor Oficino” en el buscador Google. Y me encontré con una verdadera sorpresa. Héctor Oficino era CEO (ejecutivo en Jefe) de la empresa de esmaltes químicos en los Estados Unidos, cargo que jamás pudo ocupar otro argentino en aquel país.
Es decir, que aquel infame que dejó en la calle y sin causa a un joven muchacho de los años setenta, había en definitiva llevado a cabo la mas fantástica carrera dentro de una empresa que cualquier otro argentino podría ambicionar. Y no sólo eso. También aparecía algunos reportajes dentro de la Internet aconsejando algún tipo de método para conseguir logros tan importantes como el suyo. Incluso afirmaba haber cursado su carrera secundaria en el colegio Carlos Pellegrini.
Aquello me dejó pasmado.
Héctor Oficino había estudiado en la misma escuela que yo.
Entonces hice una sencilla cuenta y pude comprobar que por entonces yo estaba en primer año y el en sexto.
Es decir, nos habíamos cruzado en la escuela secundaria, en una empresa extranjera y ahora en la Internet.
Y una última cosa más: Héctor Oficino había muerto.
Un comunicado de la empresa donde había trabajado por tantos años afirmaba en la red que el tipo había muerto de muerte natural a los 63 años. Y solicitaban un pensamiento y una plegaria a su memoria.
Por un momento todo resultó demasiado para mí.
El tipo al que tanto detesté, y del que no había sabido nada durante tantos años, no sólo había desarrollado la mas increíble carrera que un argentino haya desarrollado hasta entonces en el exterior sino que además estaba muerto.
Todo era demasiado impensado e imposible de evaluar.
Hay un conocido refrán, por otra parte, que dice que el que se muere pierde.
Aunque yo comparé luego su extraordinaria trayectoria con mis modestos logros y no estuve seguro de la validez del refrán.
Debo decir, sin embargo, que hay algo que no se puede negar:
Yo estoy ahora en mi casa escribiendo estas líneas y escuchando a Vivaldi y Héctor Oficino está debajo de la tierra y se lo comen los gusanos.
Finalmente quiero agregar que a José Bruñildo también lo tengo localizado.
Hoy es un viejo deleznable de mas de setenta años que manda e-mails al diario La Nación defendiendo a Videla y a los asesinos sanguinarios del Proceso.
Pero de todos modos no se preocupen.
No tengo intenciones de ir a matarlo.

sábado, 15 de septiembre de 2007

La Muerte y el Carnaval

Allá por el año 1966 (o acaso en el 67) el Racing Club de Avellaneda organizó unos bailes de Carnaval realmente espectaculares. Yo era un muchacho adolescente que despertaba a la vida en ese entonces y que miraba con ojos nuevos y asombrados las cosas de este mundo.
Los organizadores trajeron del exterior a algunos artistas de gran popularidad internacional. Recuerdo haber visto extasiado a la gran cantante italiana Mina brillando en el centro del escenario. Recuerdo también a Nicola de Bari, a Bárbara y Dick y a José Feliciano.
En aquellos tiempos el gran ámbito del Carnaval eran los clubes de la Ciudad de Buenos Aires. Ya fuera el club grande y de gran predicamento o simplemente el pequeño club de barrio cuyo alcance llegaba a tres o cuatro cuadras de la sede social.
En aquellos carnavales de Racing, lo confieso, tuve un encuentro azaroso con la muerte.
Estaba apoyada en una especie de baranda lateral que separaba los puestos dónde se vendían carne asada y sándwiches de chorizo del núcleo central del baile y del escenario. Hace mucho tiempo que sucedió todo esto y me da un poco de vergüenza decirlo pero todavía no existía entre nosotros la palabra "choripán".
La muerte estaba disfrazada (creo que esto es obvio ) con una especie de malla enteriza negra pegada al cuerpo y en su exterior dibujada en blanco un esqueleto humano.
En el fondo era un disfrazado más.
Yo me puse a charlar con ella ( y está claro que la muerte es femenina) sin tomar demasiado en consideración los imponderables a los que me arriesgaba en esa charla.
La muerte me dijo entonces
"...Como comprenderás, muchacho, yo realizo mi trabajo mes a mes, día a día, año a año, minuto a minuto y segundo a segundo. El tiempo no es un obstáculo para mí. Tengo una cita con alguien y la cumplo rigurosamente. Recuerdo que Miguel Hernández hablaba de un hachazo invisible y homicida respecto de la muerte de un gran amigo suyo pero puedo asegurarte que esto no es así. El era un gran poeta y no tenía inconvenientes en elaborar una gran metáfora. Yo simplemente me acerco a la gente con la que tengo una cita y entonces la saludo y ella lo entiende todo. Así de sencillo. Así de simple resultan las cosas..."
A mí me alteró mucho aquella imperturbabilidad.
Era joven y lleno de energía y no aceptaba nada que fuera imperturbable.
La muerte entonces me contó aquella leyenda de origen persa contada por Farid Al Din Atar en la que un siervo muy angustiado le pide a su amo un caballo veloz para huir a Samarkanda. Era la conocida historia de quien huye de la posibilidad de la extinción pero que al final termina por no poder evitarla.
Y eso - debo admitirlo– tampoco me convenció demasiado.
Entonces la muerte me miró con un poco de inesperada ternura.
Algo que fue muy sorpresivo para mí.
–Nos veremos mas adelante –dijo–. A veces el cansancio me doblega y se me da por ponerme a charlar.
Luego recompuso su postura y se arregló el disfraz.
Al final la vi desviarse en dirección al sur, como si estuviera agobiada, y terminó por perderse entre las alegres mascaritas que llegaban a bailar.
Todavía no he vuelto a verla.
Los años han pasado y junto a ellos han pasado miles de cosas pero cuando vuelva a encontrarla ( de eso estén seguros) voy a preguntarle algunas cosas que se me pasaron por alto aquella vez.
En general voy a preguntarle que será de mí y de mi ventura. Y en especial voy a preguntarle del destino de todos aquellos seres que tanto amé y que ya no están.
Aunque eso, como todos suponen, le será muy difícil de contestar.

Galtieri y Gardel

El día que el gobierno de Galtieri decidió invadir las Islas Malvinas yo estaba caminando por Primera Junta. El tipo habló con énfasis patriótico por radio y televisión y la gente saltó a las calles embargada por la euforia. A mí, por el contrario, lo único que me dio fue depresión. Entré enseguida a un bar muy sórdido que estaba ubicado en la misma vereda del Mercado del Progreso. Un vereda que siempre suelo confundir con Rivadavia o con la calle Rosario.
Allí pedí una ginebra en el mostrador.
Luego de un tiempo se colocó a mi lado un hombre bastante viejo que pidió lo mismo que yo.
Al rato comenzamos a charlar.
Estaba con la piel arrugada y con todo el pelo canoso y peinado hacia atrás. Vestía con un viejo sobretodo gris y mordía entre los dientes los restos de un toscano apagado.
Entonces me contó una historia que siempre suelo recordar.
–Nací con el siglo - dijo - en el 1900. En el mismo día en que murió Giuseppe Verdi se me dio por nacer a mí. Siempre fui un muchacho muy sociable. Me agradaba concurrir desde afuera a las fiestas de los ricos. Me gustaba merodear los lugares que frecuentaban los artistas. Por eso en el año 15 y siendo un jovencito estuve en la vereda del Palais de Glase esperando ver a Canaro o a Azucena Maizani aunque usted ni se imagina lo que luego pasó...
–Por supuesto que no me lo imagino –contesté–. Cuente que me interesa.
–Muchas veces vi llegar allí a Carlos Gardel. Llegaba casi oculto en el extremo detrás de la cabina de un carruaje. Aunque el jamás bajaba. Al contrario, se tiraba siempre hacia atrás para ser amparado por las sombras. La que bajaba era una joven rubia, de ascendencia italiana, llamada Giovanna Ritana. Recuerdo siempre su pelo brillante y luminoso y sus alhajas. Era hermosa de verdad.
–Mire que bien –dije–. Así que usted conoció a Gardel...
(Y lo dije mientras miraba la imagen de Galtieri en el televisor del bar).
–Si señor –replicó–. Aunque aquella noche, sin embargo, hubiera preferido no haber estado. Había dos hombres ocultos detrás de algunos álamos de la calle Ayacucho que dispararon a mansalva contra el carruaje y luego salieron huyendo amparados en la sombra del lugar. Giovanna salió corriendo hacia la puerta del local y algunas personas se acercaron al coche. Entonces vi que bajaban a Gardel sosteniéndolo de manera precaria por debajo de los brazos. Yo me acerqué guiado por el asombro y pude distinguir nítidamente una gran mancha de sangre en el finísimo saco gris del zorzal criollo. La gente que lo ayudó lo fue acostando de a poco en el suelo y algunos minutos mas tarde llegó un carro ambulancia tirado por dos percherones. Yo me subí luego a un soporte que se hallaba al costado del pescante y lo fui acompañando en aquel viaje que al final terminó en el hospital Ramos Mejía. Estuve allí hasta la madrugada, justo cuando una enfermera me indicó que Carlitos estaba fuera de peligro. Entonces me quedé tranquilo y me fui. .
–Así que usted fue testigo –dije– de un episodio que hoy es legendario.
(Y en esos momentos Galtieri terminaba de hablar)
–Tal vez –replicó–. Aunque hasta el día de hoy nadie me cree demasiado. Quiero decirle, no obstante, que luego los años pasaron y que aquella rubia joven italiana terminó al final regenteando el cabaret Chantecler, casada con Juan Garesio, un tratante de blancas que habría sido quien ordenó el ataque contra Gardel. Hasta el mismo Cadícamo la cita en la letra de su tango "Adiós Chantecler" cuando dice

"...se acercaba siempre Madama Ritana
cubierta de alhajas, bebiendo champagne..."

–¿Y con Gardel que pasó? –pregunté.
–Enseguida se recuperó –dijo– y vivió hasta el resto de sus días con la bala alojada en su pulmón.
Dicho lo cual terminó su ginebra y se alejó del bar.
Yo me quedé solo en la barra (casi desamparado) luego que Galtieri terminara de hablar. Y al final también me fui caminando por aquellas oscuras calles de Primera Junta sin siquiera dirigirle la mirada a nadie.

El Reservito

El Reservito
Voy a contarles una historia que transcurrió hace poco tiempo atrás.
Y desde ya les digo que la tomen con pinzas porque es una historia muy especial.
Yo había terminado de vender una Parada de Diarios que junto a otros dos socios tenía en la puerta del Hospital Garraham. Y como suele suceder en nuestro querido país de repente me quedé sin trabajo y sin nada que hacer. Busqué, naturalmente, una actividad que ocupara mis horas y me hiciera ganar dinero, pero como todos comprenderán, eso era (y es) algo muy difícil de lograr.
Finalmente conseguí trabajo en un laboratorio de la avenida Ingeniero Huergo.
Guardé el dinero de la venta de la Parada de Diarios en el banco y comencé a trabajar de chofer para el laboratorio.
Aunque enseguida noté que en ese lugar estaba sucediendo algo muy raro y muy especial. La seguridad, por ejemplo, era tan exigente y tan estricta que parecía surgida de una película norteamericana e incluso llegaron a colocar un sistema especial a la entrada que leía las huellas digitales del pulgar de quien ingresaba al lugar.
Yo solía traer desde la zona de Cañuelas una camioneta llena de ratas que un chino me entregaba en las afueras del pueblo. Aquello, en realidad, no me asombró demasiado, ya que los laboratorios suelen trabajar con ratas. (Aunque estas eran un poco mas grandes que las que suelen verse en esos lugares.)
Lo que sí me asombraba es que a veces llevaba a esos animales de vuelta a Cañuelas en otras jaulas.
Al poco tiempo, sin embargo, sucedieron dos cosas.
La primera fue que comencé a traer ratas que emitían extraños gemidos. Algo bastante indescifrable pero bastante parecido al ladrido extraño de algún perro y que a mí me desorientaba y que me ponía muy nervioso a lo largo del viaje. La segunda fue que el chino de Cañuelas se mató colgándose de una acacia de la propiedad dónde yo iba a buscar las ratas.
Como comprenderán, ninguna de esas cosas me gustó demasiado.
En el pueblo se comentaba que el tipo había sido reemplazado enseguida por otros orientales pero la verdad es que yo nunca vi a ninguno cerca. Un hombre parco y con pinta de paisano solía entregarme las cajas con las ratas luego que el chino tomara la decisión de suicidarse.
Una tarde, sin embargo, y después de volver de la Provincia noté que en el laboratorio de Ingeniero Huergo se suscitaban fuertes discusiones. En especial, entre la gente de la zona mas aislada. Y hasta llegué a escuchar violentos portazos en lugares alejados de la entrada.
Esa noche volví a mi casa pensando en no seguir trabajando en aquella empresa pero al otro día, acaso por la inercia de la rutina, me levanté, me afeité y regresé al laboratorio.
En la puerta, sin embargo, había una faja judicial que clausuraba la entrada.
Aquello me disgustó mucho. En especial porque consideré que me había quedado sin trabajo. Entonces fui a tomar un café en el bar de la esquina de Ingeniero Huergo y Carlos Calvo. Un lugar bastante sórdido y oscuro que estaba renaciendo debido a la cercanía del flamante barrio de Puerto Madero. Allí me encontré con uno de los hombres de la "vigilancia". El tipo estaba tomando café, igual que yo, pero acompañado por una ginebra doble. Y, la verdad, no me pude resistir a preguntarle acerca de lo que había pasado en la empresa..
Su respuesta, lo confieso, me dejó pasmado.
–Mire –me contestó–. En este lugar han estado haciendo un experimento por encargo del gobierno de China continental. No sé bien porqué lo han hecho aquí. Creo que es por razones culturales o religiosas, no estoy muy seguro. Al comienzo todo era muy secreto para al final nos hemos ido enterando de todo lo que pasaba. Yo hace casi dos años que estoy acá. Se ha intentado (supongo que con éxito) cruzar las ratas con los perros. El intento era lograr un nuevo animal de alrededor de 20 kilos, que fuera sencillo de faenar y con casi el 95% de su cuerpo repleto de proteínas. Si lo conseguían – y creo que lo han hecho– entonces se harían millonarios y podrían controlar el hambre del mundo y especialmente el de la alimentación de China. Incluso hasta la soja de Occidente ya no les sería necesaria.
–¿Y entonces que paso? –pregunté de una manera algo ingenua.
–Tres de los engendros se escaparon. Dos hembras y un macho. Cruzaron a toda velocidad Ingeniero Huergo y se internaron en la Reserva Ecológica. Nadie sabe hasta ahora lo que ha sido de ellos. Y entonces los argentinos que dirigían el experimento se pusieron como locos. Casi todos desaparecieron. Y la verdad es que no puedo decirle en que terminaron las cosas. Al final llegó la intervención de la justicia y colocó las fajas de clausura en la puerta. Eso es todo.
Yo me alejé del lugar luego de aquella charla. Estaba bastante ofuscado porque había perdido mas de quince días del último mes de trabajo y estaba claro que ya nunca lo iba a cobrar.
Por último quiero decirles algo más.
Se dice que algunos de esos extraños engendros que escaparon a la Reserva Ecológica han atacado a muchos de sus visitantes. Incluso se habla de la muerte de algunos niños que han sido devorados hasta su literal desaparición. Casi todos ellos son hijos de gente indigente que suele permanecer junto al Río de la Plata, en la parte de afuera de la Reserva Ecológica y cuya muerte no suele ser noticia de la prensa estatal. Yo sé que algunos desconfiaran de todo esto que les digo pero es algo que yo viví y que no me contó nadie. Y soy, en todo caso, un testigo de la narración oficial de los hechos que han pasado.
Además quiero comentarles que alguna gente me ha confiado que los últimos incendios junto al Río han sido un intento vano y desesperado de destruir a esos animales ya que se supone que podrían estar reproduciéndose entre la maleza del lugar.
Yo no sé que decirles, se los juro, pero cuando a veces suelo internarme en el fin de semana por los senderos escondidos y solitarios de la Reserva Ecológica me la paso mirando detrás de los yuyos y de las plantas del lugar.
No sea cosa que aparezca uno de estos engendros y se le dé por atacarme.

jueves, 13 de septiembre de 2007

El Bushido

Los soldados del antiguo Imperio del Sol dejaron un legado inmortal: El Bushido. un estilo de vida y de conducta basado en el honor, el sacrificio, la cortesía y el valor.
Quiero decir al respecto que los occidentales solemos idealizar de manera romántica algunas conductas y códigos que llegan de Oriente. El Bushido (o Código de los Samurais) fue también utilizado en las artes marciales y en la guerra con aplicada ferocidad. De allí surge, por ejemplo, el hara kiri, ritual suicida de increíble violencia y surgen también los kamikazes, guerreros demenciales que afrontaban una muerte innecesaria frente a una guerra que ya estaba perdida.
Sin embargo, también quiero agregar algo más:
En mi caso particular (al igual que sucedía con Jorge Luis Borges) siento un rechazo innato y visceral respecto de la Psicología (y mucho mas del llamado psicologismo). Cuestiones tales como “el tamaño del pene del hermano del medio”, o “de la necesidad de ser querido como uno desea que lo quieran”. O de cualquier sentimiento contradictorio que se experimenta en la conciencia, tal como querer y odiar al mismo tiempo a una persona siempre me parecieron de tercer o de cuarto orden frente al enorme drama de la muerte, de la angustia y de la finitud personal de los seres humanos. Vamos a morir, tal cual meditaba Omar Khayam bajo la luz de la luna, y mientras tanto nos ponemos a pensar que por un abuso sufrido en la infancia lo que en realidad deseamos tener es sexo con nuestra prima hermana.
Nunca me banqué semejantes cosas.
Y ahora acabo de encontrar en los siete principios del Bushido (aplicados a la vida civil), una especie de tabla donde aferrarme intelectualmente.
Los Siete Principios del Bushido son estos:
1.- Honradez y Justicia
2.- Heroísmo
3.-Compasión
4.-Cortesía
5.-Honor
6.-Sinceridad
7.-Lealtad.
¡Qué diferente sería la vida actual si nos decidiéramos a emplearlos! ¿No es cierto?
Y termino citando a Borges:
“La triste mitología de nuestro tiempo habla de la subconciencia, o lo que aún es menos hermoso, de lo subconciente; los griegos invocaban la musa y los hebreos al Espíritu Santo. El sentido es el mismo.”

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Soylent Green

En los años setenta se estrenó una película en uno de los cines cercanos a la calle Corrientes (creo que era el Metro) que en Argentina se tituló así:
“Cuando el Futuro nos Alcance”.
En inglés se titulaba “Soylent Green”.
“Soylent Green” era el nombre del único alimento que el estado podía ofrecer a la población.
Una especie de compuesto (tipo galletita) de color verde que se realizaba con la carne de los seres humanos viejos y mayores que deseaban terminar su vida y estaban dispuestos a morir.
A cambio, y en el momento de la muerte, al anciano que se animaba a tomar aquella determinación, se le permitía contemplar, en una enorme pantalla cinematográfica, al mundo tal como había sido en su momento, y tal como ya había dejado de ser.
Recuerdo todavía aquellas maravillosas imágenes que se les brindaban a los viejos antes de morir y sigo considerando que el planeta en el que vivimos es todavía (y también) maravilloso.
Permítanme esta pequeña incursión nostálgica con el recuerdo de una película que en aquel entonces , cuando yo era yo muy joven- me impactó de una manera notable.
El protagonista, Charlton Heston, que acompaña y presencia la muerte de su amigo anciano, disfruta en ese momento viendo las imágenes un mundo perdido, que le era desconocido y que tan solo los más viejos recordaban.
Quiero decirles ahora que esa escena es una de las mas emotivas que recuerdo en la historia del cine.
A mí me impactaron muchos las situaciones donde la gente – para poder disponer de un poco de energía – iba pedaleando en una bicicleta fija todo el día. Y también el humo de las industria y la polución oscureciendo en la niebla el paisaje de una ciudad alucinada.
La película, naturalmente, se ha convertido en una obra de culto para mucha gente. Pero a mí me cuesta mucho hallarla en los programas para bajar archivos P2P.
Aunque si ustedes la encuentran, por supuesto, no duden en bajarla.
Por último quiero decirles algunas cosas más.
En especial que desconfío profundamente de Greenpeace. ( A esta altura del partido yo no estoy para dejarme llevar de las narices por nadie )Y también de muchos de los ecologistas que pululan por todas partes. Pero que resulta mas que evidente que, si no hacemos algo pronto, el planeta va camino a la extinción.

domingo, 2 de septiembre de 2007

Los Días de mi Vida

Ayer saqué un dato de la Internet.
El programa en línea de un sitio de misterio me informó que hasta la fecha yo había estado viviendo 19.978 días. La cifra en cierto modo me asustó pero en mas de un sentido también me brindó una mezcla extraña de angustia y orgullo.
Era un lunes a la noche y llovía.
Entonces hice una cuenta sencilla que me dio por resultado que ese día era el lunes 2.854 de mi vida.
2.854 lunes respirando y a la espera de quien sabe que ventura y de quien sabe que incierta maravilla.
2.854 lunes como éste, acaso algunos también lluviosos, pero con bastante mas felicidad que pena.
Hoy confieso que he viajado bastante por el mundo y que he visto muchas cosas en a lo largo de mis días. Pienso en ese sentido que, tal vez, lo único que en el fondo tuve ganas de hacer, era volver al sur de la ciudad y a la patria de mi infancia.
A la simple fiesta de las cosas mas sencillas (como le gustaba decir a Eladia Blázquez).
Y a la paz en la gramilla. De cara al sol.
Eso tan sólo les puedo decir en esta noche callada de lunes de invierno, donde el viento arrasa las copas de los árboles y hace mucho frío.
Y hasta donde me alcance la memoria, también quisiera poder volver a ver las películas de Abbott y Costello en el Cine Nuevo, con el Cali sentado al lado mío.