sábado, 15 de septiembre de 2007

La Muerte y el Carnaval

Allá por el año 1966 (o acaso en el 67) el Racing Club de Avellaneda organizó unos bailes de Carnaval realmente espectaculares. Yo era un muchacho adolescente que despertaba a la vida en ese entonces y que miraba con ojos nuevos y asombrados las cosas de este mundo.
Los organizadores trajeron del exterior a algunos artistas de gran popularidad internacional. Recuerdo haber visto extasiado a la gran cantante italiana Mina brillando en el centro del escenario. Recuerdo también a Nicola de Bari, a Bárbara y Dick y a José Feliciano.
En aquellos tiempos el gran ámbito del Carnaval eran los clubes de la Ciudad de Buenos Aires. Ya fuera el club grande y de gran predicamento o simplemente el pequeño club de barrio cuyo alcance llegaba a tres o cuatro cuadras de la sede social.
En aquellos carnavales de Racing, lo confieso, tuve un encuentro azaroso con la muerte.
Estaba apoyada en una especie de baranda lateral que separaba los puestos dónde se vendían carne asada y sándwiches de chorizo del núcleo central del baile y del escenario. Hace mucho tiempo que sucedió todo esto y me da un poco de vergüenza decirlo pero todavía no existía entre nosotros la palabra "choripán".
La muerte estaba disfrazada (creo que esto es obvio ) con una especie de malla enteriza negra pegada al cuerpo y en su exterior dibujada en blanco un esqueleto humano.
En el fondo era un disfrazado más.
Yo me puse a charlar con ella ( y está claro que la muerte es femenina) sin tomar demasiado en consideración los imponderables a los que me arriesgaba en esa charla.
La muerte me dijo entonces
"...Como comprenderás, muchacho, yo realizo mi trabajo mes a mes, día a día, año a año, minuto a minuto y segundo a segundo. El tiempo no es un obstáculo para mí. Tengo una cita con alguien y la cumplo rigurosamente. Recuerdo que Miguel Hernández hablaba de un hachazo invisible y homicida respecto de la muerte de un gran amigo suyo pero puedo asegurarte que esto no es así. El era un gran poeta y no tenía inconvenientes en elaborar una gran metáfora. Yo simplemente me acerco a la gente con la que tengo una cita y entonces la saludo y ella lo entiende todo. Así de sencillo. Así de simple resultan las cosas..."
A mí me alteró mucho aquella imperturbabilidad.
Era joven y lleno de energía y no aceptaba nada que fuera imperturbable.
La muerte entonces me contó aquella leyenda de origen persa contada por Farid Al Din Atar en la que un siervo muy angustiado le pide a su amo un caballo veloz para huir a Samarkanda. Era la conocida historia de quien huye de la posibilidad de la extinción pero que al final termina por no poder evitarla.
Y eso - debo admitirlo– tampoco me convenció demasiado.
Entonces la muerte me miró con un poco de inesperada ternura.
Algo que fue muy sorpresivo para mí.
–Nos veremos mas adelante –dijo–. A veces el cansancio me doblega y se me da por ponerme a charlar.
Luego recompuso su postura y se arregló el disfraz.
Al final la vi desviarse en dirección al sur, como si estuviera agobiada, y terminó por perderse entre las alegres mascaritas que llegaban a bailar.
Todavía no he vuelto a verla.
Los años han pasado y junto a ellos han pasado miles de cosas pero cuando vuelva a encontrarla ( de eso estén seguros) voy a preguntarle algunas cosas que se me pasaron por alto aquella vez.
En general voy a preguntarle que será de mí y de mi ventura. Y en especial voy a preguntarle del destino de todos aquellos seres que tanto amé y que ya no están.
Aunque eso, como todos suponen, le será muy difícil de contestar.

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