viernes, 6 de julio de 2007

Néstor Ravazza y Yo

Entonces comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver.
Joaquín Sabina. Peces de Ciudad.

Hace un par de semanas atrás volví al mismo lugar del barrio de Belgrano donde una vez fui feliz. Recorrí cada vereda y cada calle e intenté (pero no pude) volver a entrar al pequeño bar de la mitad de cuadra donde solía beber con un par de amigos algunos años atrás. El bar ya no estaba más en la mitad de la cuadra, ahora tan solo había una enorme torre de propiedad horizontal.
Todo sucedió como en la vieja letra de un tango y la situación me llenó de desconsuelo. Debí respetar, pensé, la advertencia que Sabina me hacía desde la letra de su canción.
Aunque no fui yo quien tomó la decisión de ir allí.
El verdadero culpable es Néstor Ravazza, el es quien tomó la determinación por mi. Y yo, como siempre, no dejo de hacerle caso. Hay veces (y son muchas) en que quiero dejarlo todo y largarme a algún lugar lejano pero el no me lo permite.
Está obsesionado con Buenos Aires.
Lo escucho hablar y a veces se jacta de frecuentarla mas que nadie o al menos, dice, de recorrerla mas que nadie. Siempre hace alarde de conocer casi hasta el límite de la perfección a la ciudad y su frontera urbana. Y suele vanagloriarse de continuo ante mis amigos acerca de la altísima probabilidad de que no hubiera una calle o una avenida por la que no haya dejado alguna vez de circular. Incluso una vez hasta se tentó de marcar en un mapa cada uno de los lugares por donde en su momento había transitado para darse el gusto de verlo cubierto en su totalidad.
En cambio yo no soy así. A mi me gusta el retiro de algún lugar cercano a la naturaleza. Una casa con algo de fondo, donde pueda escribir tranquilo durante el día y encender algo de fuego por la tarde.
Lo cierto es que ya me tiene cansado de verdad.
En especial por sus ínfulas de escritor y por su tendencia, cada tanto, a manifestar un orgullo extraño y pendenciero. Es un tipo que me aísla de la gente y que a veces bebe demasiado. Por eso he decidido de ahora en adelante seguir al pie de la letra la advertencia de Sabina y no volver jamás a pisar esa zona del barrio de Belgrano.
Aunque el hecho de escribir este pequeño relato – lo juro- es la última de las concesiones que le hago.

jueves, 5 de julio de 2007

Tribulaciones de una Mujer Moderna

Hola a todos. Me llamo Marisa y tengo 42 años. Me casé en 1986, cuando todavía no había cumplido los 20, con un hombre veinte años mayor que yo. Un buen tipo y buen marido que me dio tres hijos que hoy son adolescentes. Mis padres se oponían a nuestra relación pero como yo soy muy rebelde no les hice caso. Para que se den una idea de lo jovencita que era cuando lo conocí basta con decir que por entonces lideraba un grupo de fans y admiradoras del conjunto Menudo. Mi marido en aquel tiempo era casado, pero aprovechamos la ley de divorcio de Alfonsín y enseguida pusimos nuestros papeles en regla. Me pareció re-moderno hacerlo así. Me pareció fantástico casarme con uno de los primeros divorciados.
Siempre fui y quise ser moderna.
Siempre me aterrorizó la idea de que me consideren una anticuada.
Hoy a la mañana, por ejemplo, luego de ducharme me pesé en la balanza del piso y comprobé que había subido 835 gramos. Y la verdad es que no soporto subir de peso. Siempre luché contra esa tendencia que tiene mi organismo. Me hice atender por Walter Murua, por el doctor Cormillot y por la gente de Gordos Anónimos. También fui a un acupunturista chino que puso consultorio cerca de donde yo vivo. Y además, luego del último embarazo, me hice lipoescultura y lipoaspiración conjunta pero tuve una complicación febril por un problema en una de las cánulas. Mi marido (que es médico) me lo había desaconsejado pero yo lo hice igual. Hoy por hoy, y si sigo subiendo de peso, tengo en mis planes hacerme atender por el doctor Ravena que es el nuevo gurú de quienes desean estar delgados.
Toda la vida quise ser moderna.
Aunque esa idea a veces me trajo muchos problemas.
En el plano espiritual, por ejemplo, siempre rechacé esa antigüedad de la Iglesia Católica y esos edificios tétricos y lúgubres donde se llevan a cabo los rituales. Soy una mujer fresca e innovadora. Primero probé suerte con los evangelistas prebisterianos. A mi me encantaba esa sobriedad de la misa, tan sajona y tan británica. Aunque al final me cansé del sonido monocorde del órgano del primer piso y dejé de concurrir a las reuniones. Después probé suerte con un grupo de meditación de la Nueva Era y al final adscribí a una agrupación de Ufólogos con sede central en Francia que era lo último en actividades espirituales que se podía encontrar en Buenos Aires. El año pasado, en invierno, dormí una semana a la intemperie en el Uritorco, aunque no pude llegar a ver ningún OVNI. Sufrí un principio de congelación en la punta de los dedos de los pies pero regresé feliz de una experiencia tan moderna.
Mi marido, que es amoroso, se encargó de los chicos, que por otra parte ya son bastante grandes y se arreglan solos.
A los tres los crié y los eduqué bien re-modernos.
El mayor tiene diecisiete años de edad. De chico era rubio natural aunque luego el pelo se le fue oscureciendo. Hace un par de años que yo misma lo empecé a teñir. Creo que le queda mejor el pelo rubio. El mes pasado empezó a concurrir al negocio de tatoos de la Galería Santa Fe. Ya se tatuó las piernas y uno de los brazos. Pronto se tatuará el antebrazo y también ( aunque a mi no me lo dice) piensa hacerse un pequeño tatuaje en el pene. Mi marido me dice que esa es una zona especialmente dolorosa para un hombre pero yo igual pienso dejar que se lo haga.
El del medio tiene dieciséis años y ayer me vino con la sorpresa de un piercing en la lengua. Quedó con un cierto dolor en el maxilar y la voz algo gangosa pero yo voy a pedirle a mi marido que le recete un antibiótico para prevenir alguna infección en la boca. Es fantástico llevar un piercing en la lengua.
Y la menor, la de quince años, es casi igual que yo. Rebelde a mas no poder, hasta se negó a tener el famoso cumpleaños de su edad. A veces me preocupa un poco, es cierto, en especial cuando le encuentro preservativos en la cartera pero ella me jura que hasta ahora tan solo ha hecho el amor en sueños con el rubio de High School Musical.
Yo, de momento, voy a dejar de escribir de estas líneas por que hoy tengo muchas cosas que hacer. Me llamaron para colaborar ad-honorem en la campaña del Partido Humanista y vamos a cortar el túnel de la avenida del Libertador para repartir volantes y divulgar nuestras ideas. Es el piquete mas audaz que se haya intentado hasta ahora. Voy a estar muchas horas parada y después me duelen la espalda y las piernas.
En fin, como verán, no es nada fácil la vida de una mujer moderna.

domingo, 1 de julio de 2007

Verano del 2007

Muchas veces suelo recordar aquel verano del 2007.
Buenos Aires estaba tibia y acogedora, rodeaba de una paz muy especial. La muchedumbre en general andaba por la vida y por las calles con una cierta conformidad indefinida y placentera. Era como si muchos hubieran pensado que junto con Diciembre y con el año que pasó no sólo se hubiera ido la gente de vacaciones sino también aquella agitación algo alocada que siempre reina en el ambiente.
Creo que en cierta medida la ciudad era una fiesta
Aquel verano fue el de las lonas que cubrían las entradas de la prolongación del Subte A (que estaba por inaugurarse), el de la actuación de Daniel Barenboim en la 9 de Julio y el del regreso del Piojo López al Racing Club de Avellaneda
Muchas veces suelo recordarlo
Estaba sobre el tapete en ese entonces la combativa Asamblea de Gualeguaychú y también Botnia, la empresa instalada en las costas uruguayas. Muchos hablaban de Cristina, la elegante mujer del presidente Kirchner, y se preguntaban si llegaría a ser candidata a la primera magistratura.
Aquel fue también el verano del cometa McNaugh, que brillaba a nueve grados sobre el horizonte del cielo.
El tiempo de la inmobiliaria, de las largas semanas sin llover y de las plantas en la terraza de la casa de mi hermana.
Recuerdo mucho aquel verano, en especial porque entre mi rutina y un ciber bar, la vida me dio la chance de conocer a Ana María.
Estaba escribiendo bastante en aquel tiempo y luchaba por terminar la tercera novela de mi vida. Había mucha gente en los cines y en los bares y Joan Manuel Serrat se presentaba en el Gran Rex.
Fue el verano de Babel, de la cuarta versión de Gran Hermano, del MP3 y de las cámaras de fotos digitales.
Todos llevaban encima los teléfonos celulares.
En algunos barrios de la ciudad se levantaban torres interminables y el dólar y el riesgo país tornaban hacia abajo.
Los puentes estaban cortados en la Mesopotamia y en Tucumán algunos pueblos estaban inundados.
Y además (como lo habrán imaginado) las calles y las rutas estaban a veces cortadas por manifestaciones y por piquetes.
Muchas veces suelo recordar aquel verano del 2007.

Néstor Ravazza ©2007

Entonces

Entonces no había Internet. Ni siquiera computadoras. Es decir, las pocas computadoras que había tan solo aparecían en las pantallas del cine o de la televisión, en alguna película de espías o de ciencia ficción. Eran generalmente enormes y ocupaban toda una habitación. Y estaban alimentadas a cinta magnética, como un grabador. Las cintas giraban velozmente y cada tanto se detenían en un giro misterioso que nadie comprendía muy bien.
Años después llegaron las Commodore 64 (y también las 128) que cargaban la información lentamente conectadas a un grabador con casette.
La Televisión era en blanco y negro y se la veía mediante las antenas que se colocaban en la terraza o en el balcón. Había cuatro canales en el aire: 7, 9, 11 y 13. Aunque a mediados de la década del sesenta apareció también el canal 2.
Entonces no había celulares, ni cámaras digitales, ni locutorios, ni I-Pod.
Entonces no había Cds, ni Walkman, ni Discman, ni MP3, ni MP4, ni MP nada.
Escuchábamos los discos Long Play, y los 33 Simples en el tocadiscos Winco o en el Combinado principal. Aunque no muchos tenían Combinados. Los vecinos más pudientes de la cuadra a veces lo ostentaban en el costado del comedor.
Comprábamos los discos en las disquerías. Íbamos semanas enteras a esperar que llegara Revolver, Sargeant Pepper o Rubber Soul.
En algunas casa había teléfonos y en otras no.
Si estabas en la calle y deseabas llamar, entonces debías caminar varias cuadras hasta encontrar un Teléfono Público. En el bar o en el almacén donde se encontraba el aparato había un cartel metálico anaranjado en la vereda que indicaba que allí podías hablar. Muchas veces el aparato estaba descompuesto o roto. Entonces (para hablar con ella o con tus amigos) debías caminar algunas cuantas cuadras más. Una sola moneda duraba ilimitadamente. No había límite de tiempo para nadie. Y si encontrabas hablando a un tipo antes que vos, entonces te tocaba rogar que terminara pronto y no se extendiera demasiado. Aunque eso sí, si llamabas a una empresa, siempre te atendía una persona. Jamás te atendía un contestador.
Cuando el teléfono sonaba se escuchaba un ring. Y cuando discabas giraba el disco. Y para llamar a un amigo recurrías a la agenda o a la memoria porque nadie tenía (ni existía) celular pero a veces nos quedábamos largo rato hablando con alguien especial.
Entonces yo fumaba dos atados de Marlboro por día y al levantarme a la mañana nunca tenía tos.
Todos mis seres queridos vivían en ese tiempo y juro que no sabía lo que era el dolor.
Los cines importantes estaban en el centro. El Gran Rex, el Ocean, el Atlas, el Broadway y el Ambassador. Los estrenos importantes se daban allí. En salas de 2000 o 3000 butacas que te esperaban un sábado a la noche, bien vestido, y ansioso de experimentar un sentimiento incomparable. Lavalle era la calle de los cines y Corrientes la que nunca dormía. No existían los Multicines ni los Cineplex. Al salir del cine ibas siempre a un buen restaurant. Aunque también había cines más pequeños. El Arte, el Lorraine y el Losuar. Y entonces optabas por una comida en Pippo o por debatir la película con intelectuales en el Café La Paz. O también concurrir al teatro de Revistas y reírte un rato en las butacas o pasar por el Café Concert o ver boxeo en el Luna Park.
Entonces era muy raro que te roben en la calle y había muchos lugares para estacionar. Yo tenía un Fiat 600 pintado de negro y lleno de accesorios que siempre llevaba con el capot trasero levantado por si llegaba a recalentar. El Ford Falcon, el Torino o la Chevy a veces ostentaban (cosa de ricos) aire acondicionado o estéreos a magazine. Los autos no tenían inyección electrónica y cuando no andaban bien lo llevabas a un carburista para que le hiciera una afinación.
Íbamos al fútbol con la radio portátil y sin otra inquietud que perder o ganar. Todos los partidos se jugaban el domingo y a la misma hora. Subíamos a un camión que por 20 centavos nos llevaba de Pompeya a la cancha del globo para ver Racing-Huracán. Y al terminar el partido los hinchas de los dos cuadros salían juntos, comentando las jugadas que acababan de observar. Por entonces la casaca de tu equipo no llevaba publicidad y el sándwich de chorizo no se llamaba choripán.
Los sábados al mediodía, en los bares del barrio los hombres tomaban vermut y jugaban al billar. Los sábados a la tarde las señoras compartían un té con masitas en las mejores confiterías del lugar. Y los sábados a la noche de verano tan solo pizza y cerveza y nada más.
Nadie te llevaba la pizza a domicilio. Las pizzerías eran pizzerías y no existían los “Pizza-Café”.
Ir al Tigre era casi una aventura e ir a la playita de Quilmes también. Íbamos en camiones o en camionetas, llevábamos la sombrilla, la comida y la pelota y nos pasábamos el día entero en un recreo con mesas y sillas fijas de madera a la sombra y al reparo de los álamos. El río no estaba contaminado y a veces, cuando había bajante, nos internábamos cien o doscientos metros para mojarnos un poco los pies. Ir a la pileta, era ir a La Salada. Casi siempre viajábamos en tren. Nos embarrábamos en la laguna flotando con neumáticos inflados. Nos bañábamos debajo de la fuente helada y regresábamos escuchando la música de Palito Ortega y el Club del Clan.
Mar del Plata, la verdad, creo que estaba como ahora.
Aunque la noche vibraba en la avenida Constitución.
Íbamos a bailar, de camisa floreada y pantalones oxford a Jet, a Enterprise, a Matokos, o a Banana. A Banana debías entrar usando un tobogán y en la puerta de Enterprise te atendía un robot que convidaba cigarrillos. Gesell era un pueblo chiquito con las calles de arena y si alquilabas un lugar para la carpa en El Pinar a veces te cruzabas con don Carlos Gesell y lo saludabas con afecto y alegría.
La familia estaba casi siempre reunida y en lugar de ir al Bingo se jugaba a la lotería con los vecinos del barrio. Los chicos no tenían Play Station y se dedicaban al fútbol en el baldío, a rasparse las rodillas en la vereda y a pegar el álbum de las figuritas.
No había quien escribiera grafittis en las paredes de las casas y las plazas no estaban cerradas por ningún cerco.
La ciudad estaba llena de almacenes atendidos por gallegos y algunas fiambrerías atendidas por los tanos. Los gallegos te fiaban con una libreta negra que todos los días llevabas a tu casa y los tanos a veces traían un queso argentino sardo que ni en sueños encontrabas en Italia. Queso que rallábamos el domingo al mediodía porque no se compraba (ni existía) el queso rallado.
Salvo alguna que otra excepción en la ciudad no habían supermercados y a los chinos tan solo los mirábamos en las películas de karate o de Bruce Lee. Y creo (aunque no estoy seguro) que nadie había visto nunca un boliviano.
En fin, todo es un recuerdo de imágenes de antes, de cosas que sucedieron en el ayer.
Y que, por supuesto, ya nunca mas van a volver.


Néstor

El Lugar de la Ciudad

Horacio Rega Molina dijo en su momento que la ciudad no es otra cosa que la historia sentimental de los lugares que uno habita. Eso nos lleva a afirmar, en consecuencia, que nuestra impresión de la ciudad no es otra cosa que la propia ciudad que día a día se despliega ante nuestros ojos asombrados. La muchacha que amamos, la muchacha que esperamos para una primera cita ( como la que esperaba Manzi recostado en la vidriera), la chica que nos dio su amor, –o al menos el primer beso– y la mujer de nuestra vida en este caso no serían otra cosa que la propia ciudad y su propio paisaje.
No estoy demasiado seguro que semejante afirmación llegue a ser verdadera.
Cuando era joven, sin embargo, la experimenté en una cierta medida y como suele suceder en la juventud, sin llegar a darme cuenta del todo de lo que en realidad me estaba pasando.
Dos de mis amigos de ese entonces, dos de mis amigos mas cercanos de la típica barra de barrio suburbano se alejaron de Valentín Alsina. Uno fue llamado al Servicio Militar y otro se mudó junto a la familia a la zona norte.
Días después sentí de una manera incuestionable que mi barrio había cambiado para siempre.
Lo hice mientras caminaba como un lobo solitario por la zona cercana al Riachuelo. Estaban las curtiembres ocres y marrones de la contaminación y del desastre. Estaban las fábricas metalúrgicas y su ruidosa actividad interminable. Estaba el empedrado. Estaba el club y estaba el bar con sus billares.
Para mí, no obstante, todo era diferente.
En tal sentido, la afirmación de Rega Molina podría llegar a ser de alguna manera válida y cierta como tantas otras cosas en este extraño mundo.
Lo que yo quiero decir, sin embargo, está mas allá de todo eso.
Lo que yo quiero decir –acaso de una manera interminable– es alguna vez tuvo lugar en esta tierra la invención del mito.
Alguna vez después que Garay señalara el lugar y el tronco fundacional con la cruz y con la espada debió de suceder algo especial. Algún edificio, tal vez, alguna calle que surgiera del misterio de la Cruz del Sur. Alguna vibración de Thoth. Algún arcano.
Algo muy particular y que jamás sucedió antes. Una especie de Big Bang inexplicable que dio lugar a que naciera la definitiva Buenos Aires.
Entonces sí, naturalmente, se fueron dando entre sus habitantes las eternas cuestiones de la amistad, del amor y de la muerte.
Por eso (y llevando las cosas al extremo) algunos podrían decir que Buenos Aires no solo se encuentra en los sentimientos de sus habitantes sino en las propias palabras que ahora se me dio por redactar.
Yo de momento, les confieso, descreo de todo lo que afirmo y lo que escribo.
Prefiero caminar por la ciudad alejado de estos pensamientos acaso innecesarios. Prefiero sentarme a beber algo en la vereda de un bar de La Boca y mirar desde lejos el eterno amanecer en el estuario.

Néstor Ravazza ©2007

Un Muerto en Mataderos

Ayer por la tarde, gravísimos incidentes bañaron de sangre y luto las calles del barrio porteño de Mataderos. Sucedieron al finalizar un partido de fútbol. Hordas desatadas de varones jóvenes se enfrentaron entre ellos a los golpes, utilizando palos, piedras, cuchillos y armas de fuego y también destrozaron bienes públicos y privados de la gente. Se incendiaron automóviles, se saquearon comercios y como complemento doloroso murió una persona con la cabeza destrozada.
Ahora bien, la pregunta es ¿Porqué pasan en nuestra sociedad cosas como éstas? ¿Porqué una parte importante de nuestra juventud emplea sus energías de ese modo?
Yo quisiera intentar la aproximación a una respuesta.
En primer término, debo decir que quienes promueven los incidentes son una minoría, es verdad, pero de ningún modo una “pequeña” minoría como suelen afirmar algunos analistas confundidos.
Son cientos de miles de jóvenes de nuestra sociedad que, en mayor o en menor medida, actúan de ese modo. Muchos se hallan en precarias villas pero otros lo hacen en casas de material, con todos los servicios sanitarios a su disposición y además van a estudiar, comen bien y tienen ropa y abrigo.
Ahora bien, está claro que toda esa juventud vive en una sociedad carente de otros principios que no sean los materiales. Hace muchos años ya que conceptos de autoridad, de valores morales o de amistad desinteresada han dejado de formar parte de nuestra vida cotidiana. Vivimos en un país dónde la Ministra de Economía se “olvida” 140.000 dólares en el baño del Ministerio. Una sociedad dónde el ascenso social, el estudio y el título universitario ya no son vías para progresar en la vida.
Es como un movimiento de pinzas que se cierne sobre nuestros jóvenes.
Caminan por las veredas y miran en las revistas de los kioscos las mujeres mas hermosas y soñadas a las que muy probablemente jamás accederán. Observan en la TV (para ellos el cine es muy caro) paisajes de lugares que jamás visitarán. Y miran circular por las calles lujosos automóviles que jamás compraran.
Esto siempre ha sido así. Y no estoy propugnando para solucionarlo ningún colectivismo retrógrado. Sólo que antes, en nuestra sociedad regían muchos valores, los jóvenes tenían ejemplos dónde mirarse y había esperanza y contención para todos ellos.
Hoy vagan por las calles sin saber otra cosa que hacer que enfrentarse a los golpes contra otros similares. A muchos les cuesta demasiado tener una novia o un trabajo estable. Beben cerveza o fuman porros tirados en las veredas o en las plazas y los parques.
Y por sobre todo carecen de contención.
Desconocen el reto severo del abuelo o del padre. Cortan calles y ocupan colegios sin recibir sanción. No los amonestan en el secundario ni los llevan presos en el estadio. La disciplina para ellos es un concepto muy vago. Y ya hace muchos años que han dejado de hacer el Servicio Militar.
Están en el fondo desamparados, llenos de energía, con la sangre bullendo dentro de ellos y deseosos de hacer cosas. Y mucha de esa energía la utilizan en la violencia que todos lamentamos.
Ya es hora que nos ocupemos de ellos, que les pongamos límites y los contengamos.
Y si no le hacemos, con seguridad que nos seguiremos lamentando.

Transgresiòn

Un par de años atrás estaba caminando de manera circunstancial por el barrio de Chacarita cuando me tocó asistir inesperadamente al entierro del músico Pappo. El rockero había muerto en un accidente en la ruta el día anterior y una multitud de admiradores lo acompañaba ese día hasta su descanso final. Entraron por la puerta de la calle Jorge Newbery, andando en vehículos y en motos de gran cilindrada, bebiendo cerveza y gritando al modo futbolístico “¡Y Pappo no se va! ¡Y Pappo no se va!”.
Debo confesar que sentí un cierto sentimiento contradictorio en ese instante.
Me parecía que era válido que aquel singular cortejo expresara de esa manera su dolor. Después de todo no hacían otra cosa que repetir en el cementerio la conducta social que siempre llevaron adelante en sus propias vidas.
Aunque también pensé, de una manera acaso instintiva, que en nuestra querida tierra ya ni siquiera era válida la paz de los sepulcros y que Argentina se estaba volviendo el país mas transgresor del mundo.
Dos años después puedo decir que esto último era válido y cierto.
Hordas desatadas de jóvenes impunes y violentos ya no sólo buscan enfrentarse entre ellos en los estadios sino que destruyen e incendian vehículos policiales.
Grupos minoritarios de gremialistas y trabajadores ( a veces 50 o 100 personas) cortan el tránsito en la Panamericana o en la misma Avda. del Libertador reivindicando supuestos derechos sectoriales que la mayoría de la gente desconoce.
Docentes provinciales que llevan adelante huelgas salvajes, dejando a nuestros hijos sin clases por 60 días. Gremialistas que paran sin aviso el Subte de la Ciudad de Buenos Aires impidiendo a millones de personas el regreso a sus hogares. Delegados que permiten el acceso de pasajeros a los andenes sin abonar el viaje. Estudiantes que “toman” Rectorados de la Universidad de Buenos Aires. Alumnos que “ocupan” Colegios Secundarios. Y hasta el grupo Quebracho (unas 30 personas) con el rostro tapado y palos en las manos que intenta “tomar” el Cabildo durante los festejos del 25 de Mayo.
La lista, aunque significativa, podría ser ciertamente mucho mas extensa.
Lo que está claro es que en las últimas dos décadas y en el tránsito del autoritarismo hacia la democracia, ha habido minorías anárquicas y sumamente agresivas y ruidosas que se han impuesto mediante la violencia y el hecho consumado al resto de la sociedad.
He comprobado también que muchos de estos grupos prepotentes padecen de una severa confusión conceptual y a veces no saben bien ni lo que ellos mismos quieren.
Esto, por supuesto, no es gratis para nadie.
En el camino queda la Ley, a cuyas expensas se lleva adelante el atropello dela Democracia y de la Constitución Nacional. Y la inacción cómplice y conciente del Gobierno Nacional que algún día, ciertamente, va a tener que rendir cuenta de todo esto.

Omar Khayam (Carta al NHNSC)

¡Hola a todos los socios del Club!

Ya que soy presidente aprovecho la ventaja y nombro a Omar Khayyam como poeta oficial del NHN Social Club)

Su vida es una cadena maravillosa de paradojas: ciencia y conocimiento, agnosticismo angustiante, meditaciones sobre Dios, el destino, la muerte y la nada. La sensualidad del placer de la naturaleza son la esencia de su obra poética: El Robaiyat, tan sibarita como libertina.
El poeta que nació en Nishapur lucha contra sus demonios, los misterios, el dolor y la muerte; recurre a su hedonismo: el placer sensual de la mujer, la bebida y la Naturaleza para sobrellevar a plena conciencia la transitoriedad de la vida, la vanidad de la ciencia y la indiscutible existencia del misterio y la nada.
El hedonismo es sin duda alguna, un recurso indiscutible frente a la imposibilidad de resolver siquiera parcialmente los enigmas que agobian al poeta y al ser humano. Embébete bien de esto: un día tu alma caerá de tu cuerpo ,y serás empujado tras el velo que flota entre el universo y lo incognoscible. Entre tanto, sé dichoso !No sabes de donde vienes! ¡No sabes a donde vas.!
Omar Khayyam es la voz poética de la antigua Persia. Y de ahora en más es el poeta oficial del NHNS Club. Amalgama el goce amable de las efímeras alegrías de la vida: el deleite de las jarras rebosantes de vino, los claros de luna, los labios, las mejillas, los rizos y las miradas de la amada, los senos turgentes de la mujer deseada, los amigos sinceros, el alfarero, su arcilla y su torno, las rosas, las amapolas y la fuente llena de la miel y de las frutas mas anheladas.
Nada me interesa ya, dijo el poeta al filo de la madrugada.
¡Levántate para escanciarme vino! ¡Esta noche tus labios son parte de la promesa que tanto esperaba!
Busquen sus poemas en la Internet.
Creo que vale la pena que lo hagan.
Un saludo a todos
NES.

Escarnio para las Mujeres

Hace un par de semanas atrás (y acaso de manera premonitoria) envié un e-mail al club acerca del mal gusto de algunos cantantes de los llamados "latinos".
Hice hincapié en especial en el bochornoso Ricardo Arjona y en sus letras que están a mitad de camino entre lo patético y lo insoportable. Había prometido seguir investigando en ese tipo de canciones, pero ayer escuché un tema llamado "De vez en Mes", que Arjona dedica a la menstruación de las mujeres, y entonces di por concluida cualquier otra indagación. Ante semejante evidencia pensé que ya no era necesario investigar nada.
Ahora bien, este triste ejemplar de cantautor "latino" y "moderno" acaba de concretar una cifra de algo así como 20 o 30 presentaciones en el Luna Park de la Ciudad de Buenos Aires.
Entonces me pregunté: ¿ Que es lo que lleva a tantas mujeres argentinas (99% de su público) a concurrir a sus conciertos? Y la verdad que en un principio no tuve respuesta alguna.
Pensé en el veterano y dulzón Julio Iglesias, en el afinado y romántico Luis Miguel, en las canciones sencillas de Chayanne y hasta en las ardientes propuestas de Sandro ( todas ellas seguramente muy afines al alma femenina). Y hasta pensé en el ambiguo Ricky Martin.
En cualquier caso pude entender la devoción de las mujeres.
Pero en el caso del mamarracho de Arjona no lo pude hacer.
Le pregunté a una amiga mía ayer a la noche que era lo que la llevaba a semejante admiración por el cantautor y ella me contestó : " Yo me siento halagada y reconocida en sus canciones". Y agregó de manera determinante "A mi me gusta porque él habla de nosotras, las mujeres".
O sea, resumiendo, que a mi amiga no le importa lo procaz o vulgar que el tipo pueda llegar a ser, tan solo le importa que le cante a ella y a sus congéneres.
No creo que sea necesario agregar nada mas.
Ricardo Arjona va a presentarse mas de 20 veces en el Luna Park.
Escarnio para las mujeres.
Nèstor Ravazza

El Palacio de los Bichos

El Palacio De Los Bichos (en Villa Del Parque)

Refiere la historia verbal que se transmite de boca en boca y también, en cierto modo, la historia oficial que pertenece a los documentos y las crónicas, que en el año 1900, un rico italiano que vivía en la Ciudad de Buenos Aires le encomendó al ingeniero Muñoz González la construcción de un suntuoso palacio destinado a su hija. Esta mansión de cinco pisos que termina en un torreón y una cúpula llama la atención por las figuras de animales grotescos que decoran sus paredes, figuras que tienen algo de las gárgolas de las catedrales góticas.
Por eso la gente del barrio, en Villa del Parque, la bautizó El Palacio de los Bichos.
La construcción se encuentra a pocos metros de las vías del ferrocarril, en la esquina de las calles Campana y Tinogasta. Fue construido y terminado a comienzos del siglo XX por el mencionado ingeniero Muñoz González a pedido del aristócrata italiano que quería regalar esta mansión a su hija en el día de su boda.
El Hombre organizó una pomposa fiesta de casamiento para la joven muchacha,
que sería la que finalmente heredaría el palacete para su vida de casada pero cuando los novios, radiantes, partían en carruaje hacia la luna de miel, el tren los atropelló y los mató instantáneamente.
El padre, que vio el accidente de lejos y quedó transido por el dolor, mandó clausurar el palacio.
Hasta aquí la historia oficial.
Refiere la gente, sin embargo, que tiempo después, en la mansión abandonada, las luces se encendían solas, se escuchaba música por las ventanas iluminadas y hasta se veían invitados fantasmales bailando valses y que también las vías cercanas eran visitadas por los espectros de los novios.
Los años luego fueron pasando y hoy (aunque no lo crean) el palacio es un edificio de departamentos y lofts con spa propio, piscina y solarium y una amplia terraza.
Finalmente quiero decirles que hace poco tuve la oportunidad de hablar con el administrador de ese consorcio.
El hombre me dijo que los dueños de los departamentos se pusieron de acuerdo entre ellos para que, durante dos noches al mes y cuando brilla la luna llena nadie suba a la azotea.
Ninguno quiere molestar a la espectral pareja de enamorados cuando baila en la terraza.


Néstor Ravazza©2007

Acerca de la Izquierda y la Derecha

En los venerables tiempos de las asambleas francesas los representantes se sentaban hacia un lado o hacia el otro. Es por eso que mirando desde la entrada del cónclave ciertamente se podía notar que algunos grupos de ideas ideológicas opuestas se hallaban a la izquierda o la derecha del observador que recién ingresaba al recinto.
Aquel simple ardid geométrico sirvió desde un primer momento para identificar de una manera sencilla (y acaso arbitraria) lo que en realidad era una cuestión política por demás compleja.
Desde entonces los seres humanos se identifican como “de izquierda” o “de derecha”.
Los de izquierda abogan por una mayor transferencia de bienes hacia los pobres del estado y bregan por una especie de sociedad igualitaria que prescinda de las obvias diferencias que existen entre los seres humanos. Son en general materialistas, descreen de cualquier otra vida que no sea ésta, niegan un mundo invisible y hasta niegan la propia existencia del alma. Son, podría decirse, aristotélicos y proclives a la ciencia positiva. Alientan el goce sensual, el consumo de alguna que otra droga y la liberación de la mujer, incluyendo el aborto. Y en general (dentro de las sociedades democráticas y capitalistas) son sumamente libertarios y hasta abolicionistas del derecho penal. Alientan también la eutanasia, el transplante de órganos y la homosexualidad.
Los de derecha defienden en cambio el orden establecido, la familia y el progreso personal. Promueven una escala de valores que nace en este mundo y prosigue en el otro. Son inquebrantables y niegan ser corruptos. Muchos tienen tendencia hacia lo estoico. Defienden la propiedad y los logros individuales y son estrictos con el usufructo y la posesión de sus bienes. Terminan siendo platónicos (acaso sin saberlo) dando por natural que los mas capaces e instruidos gobiernen la sociedad y no dudan, por la seguridad, en emplear mano dura con los delincuentes.
Este esquema sencillo, sin embargo, se derrumbó junto con el muro de Berlín según dicen algunos o jamás estuve en vigencia según afirman otros.
Es que la izquierda libertaria que hoy integra la sociedad capitalista gobernó cuando pudo de manera autoritaria y sangrienta., tanto a la Unión Soviética, como a sus satélites europeos, y además China, Vietnam, Cuba y Corea. Todas fueron dictaduras asesinas y opresoras de sus propios ciudadanos. Todas sociedades privadas de los mas elementales derechos humanos. Tanto o peor que las naciones fascistas que en su momento se dedicaron a combatir.
Por eso muchos afirman que la izquierda es sólo izquierda dentro de una sociedad capitalista y que en cuanto toma el poder se convierte en una dictadura autoritaria que persigue a la oposición como no lo hace ni la peor derecha del mundo.
Desconozco si habrá personas disgustadas por este breve comentario pero en realidad no he hecho otra cosa que describir la realidad.
Me gustaría escuchar si algunos de ustedes tiene una opinión en contrario.

Néstor Ravazza