sábado, 15 de septiembre de 2007

El Reservito

El Reservito
Voy a contarles una historia que transcurrió hace poco tiempo atrás.
Y desde ya les digo que la tomen con pinzas porque es una historia muy especial.
Yo había terminado de vender una Parada de Diarios que junto a otros dos socios tenía en la puerta del Hospital Garraham. Y como suele suceder en nuestro querido país de repente me quedé sin trabajo y sin nada que hacer. Busqué, naturalmente, una actividad que ocupara mis horas y me hiciera ganar dinero, pero como todos comprenderán, eso era (y es) algo muy difícil de lograr.
Finalmente conseguí trabajo en un laboratorio de la avenida Ingeniero Huergo.
Guardé el dinero de la venta de la Parada de Diarios en el banco y comencé a trabajar de chofer para el laboratorio.
Aunque enseguida noté que en ese lugar estaba sucediendo algo muy raro y muy especial. La seguridad, por ejemplo, era tan exigente y tan estricta que parecía surgida de una película norteamericana e incluso llegaron a colocar un sistema especial a la entrada que leía las huellas digitales del pulgar de quien ingresaba al lugar.
Yo solía traer desde la zona de Cañuelas una camioneta llena de ratas que un chino me entregaba en las afueras del pueblo. Aquello, en realidad, no me asombró demasiado, ya que los laboratorios suelen trabajar con ratas. (Aunque estas eran un poco mas grandes que las que suelen verse en esos lugares.)
Lo que sí me asombraba es que a veces llevaba a esos animales de vuelta a Cañuelas en otras jaulas.
Al poco tiempo, sin embargo, sucedieron dos cosas.
La primera fue que comencé a traer ratas que emitían extraños gemidos. Algo bastante indescifrable pero bastante parecido al ladrido extraño de algún perro y que a mí me desorientaba y que me ponía muy nervioso a lo largo del viaje. La segunda fue que el chino de Cañuelas se mató colgándose de una acacia de la propiedad dónde yo iba a buscar las ratas.
Como comprenderán, ninguna de esas cosas me gustó demasiado.
En el pueblo se comentaba que el tipo había sido reemplazado enseguida por otros orientales pero la verdad es que yo nunca vi a ninguno cerca. Un hombre parco y con pinta de paisano solía entregarme las cajas con las ratas luego que el chino tomara la decisión de suicidarse.
Una tarde, sin embargo, y después de volver de la Provincia noté que en el laboratorio de Ingeniero Huergo se suscitaban fuertes discusiones. En especial, entre la gente de la zona mas aislada. Y hasta llegué a escuchar violentos portazos en lugares alejados de la entrada.
Esa noche volví a mi casa pensando en no seguir trabajando en aquella empresa pero al otro día, acaso por la inercia de la rutina, me levanté, me afeité y regresé al laboratorio.
En la puerta, sin embargo, había una faja judicial que clausuraba la entrada.
Aquello me disgustó mucho. En especial porque consideré que me había quedado sin trabajo. Entonces fui a tomar un café en el bar de la esquina de Ingeniero Huergo y Carlos Calvo. Un lugar bastante sórdido y oscuro que estaba renaciendo debido a la cercanía del flamante barrio de Puerto Madero. Allí me encontré con uno de los hombres de la "vigilancia". El tipo estaba tomando café, igual que yo, pero acompañado por una ginebra doble. Y, la verdad, no me pude resistir a preguntarle acerca de lo que había pasado en la empresa..
Su respuesta, lo confieso, me dejó pasmado.
–Mire –me contestó–. En este lugar han estado haciendo un experimento por encargo del gobierno de China continental. No sé bien porqué lo han hecho aquí. Creo que es por razones culturales o religiosas, no estoy muy seguro. Al comienzo todo era muy secreto para al final nos hemos ido enterando de todo lo que pasaba. Yo hace casi dos años que estoy acá. Se ha intentado (supongo que con éxito) cruzar las ratas con los perros. El intento era lograr un nuevo animal de alrededor de 20 kilos, que fuera sencillo de faenar y con casi el 95% de su cuerpo repleto de proteínas. Si lo conseguían – y creo que lo han hecho– entonces se harían millonarios y podrían controlar el hambre del mundo y especialmente el de la alimentación de China. Incluso hasta la soja de Occidente ya no les sería necesaria.
–¿Y entonces que paso? –pregunté de una manera algo ingenua.
–Tres de los engendros se escaparon. Dos hembras y un macho. Cruzaron a toda velocidad Ingeniero Huergo y se internaron en la Reserva Ecológica. Nadie sabe hasta ahora lo que ha sido de ellos. Y entonces los argentinos que dirigían el experimento se pusieron como locos. Casi todos desaparecieron. Y la verdad es que no puedo decirle en que terminaron las cosas. Al final llegó la intervención de la justicia y colocó las fajas de clausura en la puerta. Eso es todo.
Yo me alejé del lugar luego de aquella charla. Estaba bastante ofuscado porque había perdido mas de quince días del último mes de trabajo y estaba claro que ya nunca lo iba a cobrar.
Por último quiero decirles algo más.
Se dice que algunos de esos extraños engendros que escaparon a la Reserva Ecológica han atacado a muchos de sus visitantes. Incluso se habla de la muerte de algunos niños que han sido devorados hasta su literal desaparición. Casi todos ellos son hijos de gente indigente que suele permanecer junto al Río de la Plata, en la parte de afuera de la Reserva Ecológica y cuya muerte no suele ser noticia de la prensa estatal. Yo sé que algunos desconfiaran de todo esto que les digo pero es algo que yo viví y que no me contó nadie. Y soy, en todo caso, un testigo de la narración oficial de los hechos que han pasado.
Además quiero comentarles que alguna gente me ha confiado que los últimos incendios junto al Río han sido un intento vano y desesperado de destruir a esos animales ya que se supone que podrían estar reproduciéndose entre la maleza del lugar.
Yo no sé que decirles, se los juro, pero cuando a veces suelo internarme en el fin de semana por los senderos escondidos y solitarios de la Reserva Ecológica me la paso mirando detrás de los yuyos y de las plantas del lugar.
No sea cosa que aparezca uno de estos engendros y se le dé por atacarme.

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