domingo, 1 de julio de 2007

El Lugar de la Ciudad

Horacio Rega Molina dijo en su momento que la ciudad no es otra cosa que la historia sentimental de los lugares que uno habita. Eso nos lleva a afirmar, en consecuencia, que nuestra impresión de la ciudad no es otra cosa que la propia ciudad que día a día se despliega ante nuestros ojos asombrados. La muchacha que amamos, la muchacha que esperamos para una primera cita ( como la que esperaba Manzi recostado en la vidriera), la chica que nos dio su amor, –o al menos el primer beso– y la mujer de nuestra vida en este caso no serían otra cosa que la propia ciudad y su propio paisaje.
No estoy demasiado seguro que semejante afirmación llegue a ser verdadera.
Cuando era joven, sin embargo, la experimenté en una cierta medida y como suele suceder en la juventud, sin llegar a darme cuenta del todo de lo que en realidad me estaba pasando.
Dos de mis amigos de ese entonces, dos de mis amigos mas cercanos de la típica barra de barrio suburbano se alejaron de Valentín Alsina. Uno fue llamado al Servicio Militar y otro se mudó junto a la familia a la zona norte.
Días después sentí de una manera incuestionable que mi barrio había cambiado para siempre.
Lo hice mientras caminaba como un lobo solitario por la zona cercana al Riachuelo. Estaban las curtiembres ocres y marrones de la contaminación y del desastre. Estaban las fábricas metalúrgicas y su ruidosa actividad interminable. Estaba el empedrado. Estaba el club y estaba el bar con sus billares.
Para mí, no obstante, todo era diferente.
En tal sentido, la afirmación de Rega Molina podría llegar a ser de alguna manera válida y cierta como tantas otras cosas en este extraño mundo.
Lo que yo quiero decir, sin embargo, está mas allá de todo eso.
Lo que yo quiero decir –acaso de una manera interminable– es alguna vez tuvo lugar en esta tierra la invención del mito.
Alguna vez después que Garay señalara el lugar y el tronco fundacional con la cruz y con la espada debió de suceder algo especial. Algún edificio, tal vez, alguna calle que surgiera del misterio de la Cruz del Sur. Alguna vibración de Thoth. Algún arcano.
Algo muy particular y que jamás sucedió antes. Una especie de Big Bang inexplicable que dio lugar a que naciera la definitiva Buenos Aires.
Entonces sí, naturalmente, se fueron dando entre sus habitantes las eternas cuestiones de la amistad, del amor y de la muerte.
Por eso (y llevando las cosas al extremo) algunos podrían decir que Buenos Aires no solo se encuentra en los sentimientos de sus habitantes sino en las propias palabras que ahora se me dio por redactar.
Yo de momento, les confieso, descreo de todo lo que afirmo y lo que escribo.
Prefiero caminar por la ciudad alejado de estos pensamientos acaso innecesarios. Prefiero sentarme a beber algo en la vereda de un bar de La Boca y mirar desde lejos el eterno amanecer en el estuario.

Néstor Ravazza ©2007

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